11 de julio de 2008

Cuatro gaznápiros y un dinosaurio panzón. Por el Dr. Pimienta

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Estuve los últimos 7 meses intentando dar con un recital de los Ramera. Ya lo sé, hubo muchos. Pero resulta que desde nuestro primer encuentro, mi relación con la banda ha tomado carices que no siempre lograron convencerme. De repente, Ramera se convirtió en una “Gran Familia”; lo cual, además de sonar gay, fue el comienzo de mi ruina económica. Por desgracia, yo era el mayor y ante la necesidad de un padre, todos los dedos apuntaron al vejete. Dado es aclarar que nunca sucumbí a la paternidad. Como método de precaución. Precisamente para no tener hijos como el Gato, Fede, Juan o La Rata. ¡Válgame dios! La sola idea me da escalofríos.
En fin, hice lo que todo hombre decente hace en caso de tener que escapar de una paternidad no deseada: me entregué a todo tipo de excesos entre los cuales descollaban las drogas y las putas. Pero era demasiado tarde, los Ramera ya me habían hecho su padre. ¿Y eso que implicaba? La respuesta no tardó en llegar: ellos como buenos hijos querían seguir mis pasos. Por lo cual, de un momento a otro me vi haciendo las del padre, es decir, comencé a pagar las putas y drogas de mis hijos y dejé prácticamente de verlos.
Por un momento pensé en inscribirme en algún tipo de facultad de música, para ver si alguno de esos desarrapados seguía mis pasos, pero deduje que el remedio sería peor que la enfermedad… por lo menos para mí. Afortunadamente pude echar mano de mi título de Dr. y me hice ginecólogo de emergencias. Descubrí dos cosas: en primer lugar que esa profesión no existe (afortunadamente lo descubrí después de agenciarme de una buena cartera de clientas) y en segundo lugar que cumplir con los horarios de visita (evidentemente nocturnos) me impedía ir a ver a mis hijos cuando tocaban en vivo.
Así que un buen día los senté a la mesa y al finalizar la comilona dije: “Vamos a comenzar todo de nuevo. Yo vuelvo a ser su cronista – manager y ustedes me pagan un sueldo”. Pero se negaron rotundamente argumentando que las decisiones de la banda sólo se toman por votación. Y por 4 a 1 se decidió que yo seguiría siendo el padre y que el almuerzo corría a mi cargo. Imaginándome lo caro que me saldría el postre, exigí: “¡Seamos 5 hijos! ¡Adoptemos otro padre!” Nuevamente se negaron (4 a 1) argumentando lo siguiente:
(Gato) – ¿quién querría adoptar a 4 gaznápiros y un dinosaurio panzón?
(Juan) – sos demasiado viejo para vivir… lo que se dice VIVIR, pero lo suficientemente joven para producir divisas… sos… el pater familias, el macho alfa del clan, sos ¡lo más!…¡Papá!... (luego me abrazó estruendosamente, para preguntarme discretamente al oido si le daba 50 pesos)
(Rata) – ¿por qué no te tirás un pedo? … shh… ¡seee!… y hasta que conseguimos otro padre ¿Quién pone la papota? ¿Kirchner?
(Fede, tarde, demoró demasiado en el baño) - ¿Eh? ¡¿Nah?! Conseguite una viejita con plata... ahí si nos hacemos hermanos y le damos masita entre los 5…. ¿tenés 10 pesos?

La última moción que, como padre, permití se vote, arrojó sintéticamente lo siguiente:
Yo debía comenzar a asistir a sus recitales. O por lo menos abonar la entrada. Al cabo, decidieron que no vaya a verlos pero que abone mi entrada de todas formas y la de ellos cuatro también. Cincuenta pesos, para redondear. Finalmente los convencí de que por lo menos me dejaran asistir al próximo show. Y si… el postre fue carísimo. Tras abonar, la abultada entrada de 557 pesos, me encontré dos días más tarde en Casa encantada.
Considerando que he devenido en un padre con un marcado instinto filicida y que mi entrada fue bastante más cara que la del resto de los mortales, me permito realizar las siguientes observaciones y críticas.
Lo primero que descubrí fue que mi dinero no estaba yendo a parar a la compra de equipos. Me sentí invadido por una irascible sensación de ternura paternal cuando el gato dijo: “disculpen los problemas técnicos, somos pobres”. Mi dinero sólo les había alcanzado para dos días de reventón, ahora no tenían ni para púas… pero no sonaban mal… ahí… vestiditos de mina, poniendo actitud.
Comencé a sentirme cómodo. La cosa por breves momentos se ponía glamorosa, como un respiro, pero lo cierto es que sonaban a rabia, a querer rajar tímpanos. Algunos de los que me rodeaban lo entendieron y comenzaron a moverse. Ramera movía cabezas… con sus silencios, con su ruido, con sus tonos, con lo que había. Un mover de 10 o 15 cabezas, sobre la oscuridad de Casa Encantada, que me costó mucho dinero pero fue delicioso. “Es cierto que tienen algo de farsantes, pero les queda bien”, me dije.
Luego caí en la cuenta de que “si no tenían ni púas”, para el momento en que “mis nenes” bajasen del escenario me vería abrumado por pedidos de tragos. Así que comencé a beber mis últimos pesos, con más avaricia que sed. Mi plan era simple: me embriagaría.
Di en el clavo, hasta parecía que sonaban mejor después del 4 escocés. “Si fueran los Roligns yo no me podría tomar ni una cerveza”, pensé. Para llegar al cenit de mi bienestar, ellos parecieron percatarse de mis planes. Sus miradas iban y venían frenéticas cada vez que yo aparecía con un nuevo trago… sólo para mí. Era fantástico, tocaban furiosos, extáticos, apurados, tal vez sedientos. Comenzó a sonar “Planta de Naranja”, cerré los ojos y dejé que el wisky lidie con la furiosa delicadeza de ese tema... al término del cual, pedí otro trago. Fue como ser un pirómano y tener una estación de servicio. Sus ojos, al verme con OTRO TRAGO en la mano, se desorbitaron… cuatro pares de pelotas blancas a punto de estallar de rabia. La cosa comenzó, al cabo de unos temas, a desmadrarse.
Me dio la impresión de que cuando vieron que mi paladar viraba del wisky al fernet todos tuvieron una perfecta excusa para dejar sus instrumentos. ¿qué tramaban? ¿sospecharían la sequía actual de mis bolsillos y futura de sus gaznates?... Comencé a observar sus movimientos. Deduje que intentaban liberar a un partizano, para que viniera a darme de ostitas por esquilmar el presupuesto familiar de manera egoista. Juan se paró de un salto y tomó el micrófono, pero en lugar de golpearme se puso a cantar; el gato tomó con la zurda el bajo para derechos y eso me pareció un movimiento sospechoso; la rata ocupó la batería; Fede… ¿Fede?… ¡había desaparecido!
Presentí la llegada de mi fin… me había metido con los Ramera, ahora estaba en un sitio oscuro sufriendo la certeza de que Fede vendría a estrangularme con una cuerda de guitarra… que por lo demás había pagado yo. Una mano se apoyó en mi hombro, desde atrás; y eso nunca es una buena noticia. Presentí la muerte y decidí hacer lo que venía queriendo hacer desde hacía tiempo: derramarme un vaso entero de fernet en la entrepierna y pegar un alarido bastante femenino… bueno, lo admito, me asusté.
“Viejito… una vez que nos venís a ver no podés estar tomando fernet… tomá”, dijo el pájaro y me extendío un wisky. Luego tomó la guitarra y corrió al escenario donde todo se desmadró para bien. Juan cantaba un furioso “I like to move it, move it… Who? Like to move it, move it”, la gente se estaba divirtiendo (algunos tenían esa graciosa carita de asombro; lo digo y lo repito: no cualquiera puede estar delante de los Ramera) y yo tenía un vaso lleno.
“Por la familia”, pensé antes de beber, nuevamente víctima de la placentera emboscada que representa cada recital de mis representados.

Nota póstuma: “Se busca señora que quiera adoptar a cuatro hermosos niños travesti y a un dinosaurio barrigón. Formamos un grupo humano cálido y narcodependiente. Tenemos mucho amor que ofrecer y a cambio no pedimos más que dinero. De estar interesada firme el libro de visitas de esta página dejando su número telefónico y cambie de psiquiatra. Desde ya muchas gracias, aunque se lo vamos a agradecer más cuando nos mantenga”.

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